MANUEL J. COBOS Y SU TIEMPO

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PROMESAS TEMPORALES
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LA COLONIZACIÓN DEFINITIVA DE LAS ISLAS GALÁPAGOS
1879-1904

 

Hugo Idrovo Pérez[1]
Fotografías: Archivo del autor

Imagen 1 1 941x1024 - MANUEL J. COBOS Y SU TIEMPO Manuel J. Cobos, circa 1900.

Todo empezó al año siguiente de creada la República del Ecuador, cuando en 1831 el general José de Villamil, prócer de la independencia, formó la Sociedad Colonizadora del Archipiélago de las Galápagos y sugirió al presidente Juan José Flores la incorporación de las islas a la joven nación. El mandatario acogió la propuesta con entusiasmo y dispuso que el Prefecto de la Provincia del Guayas, José Joaquín de Olmedo, organice la posesión oficial. Para el efecto, el 30 de enero de 1832, una expedición civil y militar zarpó de Guayaquil, a bordo de la Goleta Nacional Mercedes.[2]

 

Cumplida la travesía, la ceremonia de anexión se realizó bajo la dirección del coronel Juan Ignacio Hernández, el 12 de febrero de 1832, en la isla que desde el siglo XV era conocida como King Charles.[3] Por moción de Hernández, se la renombró Floreana, en honor al Presidente, y erigida como capital del Archipiélago del Ecuador, nombre que no prosperaría. A partir de octubre de aquel año el general Villamil, en calidad de Gobernador General de Galápagos,[4] dio inicio a la colonización. El primer grupo de inmigrantes estaba, en parte, compuesto por militares condenados a muerte por sublevados, a los que se conmutó su pena por la de deportados. El lugar elegido para establecerse fue una zona alta de Floreana, junto a las fuentes de agua, a la que llamaron Asilo de la Paz.[5]

 

Hacia septiembre de 1835, el asentamiento del Asilo de la Paz estaba compuesto por casi 200 personas, dedicadas a comerciar con pescado seco, orchilla, hortalizas, frutas, cuero de res y lobo marino, tortugas galápagos vivas y barriles conteniendo su preciado aceite. Lamentablemente, el presidente Flores ordenó convertir a este próspero poblado en lugar de destierro para delincuentes comunes;[6] como resultado, la vida en Floreana se tornó decadente y su colonización se vio marcada por un aura de temor y sufrimiento. En 1837, Villamil renunció a su cargo de Gobernador por desacuerdos políticos, no sin antes consolidar sus derechos personales sobre Floreana y otras islas. La colonia, sin liderazgo, cayó en desorden y sufrió una violenta dispersión de sus integrantes en 1841. Galápagos volvería a quedar en la más completa desolación hasta 1869.

 

En el ínterin, en 1866, murió el general José Villamil. Con su desaparición, las islas quedaron huérfanas del único referente decidido para su colonización y se convirtieron, de tema de conversación callejera a tenaz disputa política. Se acusaba al presidente Javier Espinosa, electo en 1868, de pretender la venta de Galápagos a los Estados Unidos de América, al calificarlas que no eran más que un territorio salvaje y lejano en donde las penalidades, la soledad y las privaciones ejercían su poder por sobre cualquier propósito. El cruento terremoto de la provincia de Imbabura, que se cobró miles de vidas el 16 de agosto de 1868, tapó los engorrosos debates y unió a todos con lazos de efímera solidaridad. Empero, la tragedia sirvió de plataforma política para que Gabriel García Moreno, Jefe Civil y Militar de la plaza, propicie un levantamiento que lo consolidó como Jefe Supremo, el 21 de enero de 1869. Al cabo de poco tiempo, García Moreno cursó ofertas públicas con vistas a dar facilidades para un segundo intento de colonización de Galápagos. Al llamado se presentó José Valdizán, comerciante español radicado en la península de Santa Elena, con una nueva propuesta para la explotación de orchilla en Floreana. La orchilla es un liquen que era muy apreciado para aplicaciones en tintorería, durante aquellos años previos al descubrimiento de colorantes sintéticos.[7]

 

Valdizán se instaló en terrenos del abandonado Asilo de la Paz. Aunque dirigió la exploración con tino, esta resultó infructuosa pues la orchilla en esa isla estaba muy escasa. Lejos de desanimarse, en 1870 organizó la creación de una hacienda que gozó de notables avances, pues aplicó justicia y buen trato a sus empleados en un ambiente de paz y armonía. Sin embargo, la desdicha se abatiría sobre la colonia el 23 de julio de 1878, al ser Valdizán cruelmente asesinado por una gavilla de peones que querían escapar al continente. La tragedia se debió a que, desde años atrás, el difunto estaba obligado a recibir eventuales grupos de “enganchados”, apodo con que el Gobierno identificaba a vagos y maleantes que, luego de su captura, eran desterrados a Galápagos. Después del crimen un centenar de obreros permaneció en la isla, pero al verse sin capital ni liderazgo, en 1879 decidieron mudarse a la vecina San Cristóbal para ponerse al servicio de un recién llegado, Manuel Julián Cobos.

 

El periodo de 25 años que a continuación transcurriría en San Cristóbal, entre 1879 y 1904, está indeleblemente grabado en la memoria colectiva de los galapagueños. Forma parte del mito insular. Es objeto de leyendas pasadas de boca en boca y variada literatura que usufructúan de tan solo un lado de la medalla, aquel que capta el absolutismo del “emperador” de una isla que manejaba moneda propia o el despiadado capataz que violaba a las mujeres y ordenaba azotar, fusilar o desterrar a sus indefensos súbditos.[8] Tales narraciones han otorgado enorme espacio a la imaginación, desplazando y opacando a lo realmente sucedido en el contexto -pues jamás describen ni registran la clase de prácticas sociales o sistema político y económico que predominaban, en el Ecuador y el mundo-, para concebir a un hombre como Manuel J. Cobos. Si bien las realidades y desigualdades de aquel entonces sean actualmente muy difíciles de aceptar o vistas como primitivas, es bajo tales parámetros, acordes a un particular momento histórico y apartados de criterios propios de nuestra era, que en el presente artículo se aludirá a este genuino representante del latifundismo ecuatoriano del siglo XIX.

 

El lugar y fecha exacta del nacimiento de Manuel J. Cobos son inciertos, aunque hay indicios de que fue en 1836, en Chanduy, población costanera perteneciente al entonces cantón Santa Elena. Sale a la vista pública en el Guayaquil de 1861, como gerente de la compañía Cobos Hnos. y director de la Empresa Industrial de Orchilla y Pesca, registrada con la finalidad de emprender actividades productivas en Galápagos, concretamente en la isla Chatham, actualmente San Cristóbal. Ese mismo año, Cobos fue designado Presidente del Consejo Parroquial de Chanduy.[9] Asumió dicho cargo público gracias a sus influencias y una posición económica sólidamente ganada en la agricultura y el comercio de mercadería obtenida ilegalmente; en otras palabras, como contrabandista.

 

Pero el contrabando no era del todo condenable para la época. Durante los siglos XVII y XVIII, la práctica era muy común entre mercaderes del imperio español en contubernio con funcionarios criollos de los puertos de Guayaquil, Manta y Santa Elena.[10] A lo largo de todo el siglo XIX, acaudalados comerciantes guayaquileños transaban subrepticiamente con sus similares holandeses que operaban en la zona del Darién, Panamá, refinando métodos para la salida y desembarco de mercancías que iban desde artículos suntuarios hasta cargas de cacao. Con el pasar del tiempo, burlar al control de funcionarios de Aduana se convirtió en prebenda especial de la burguesía comercial y agrícola costeña que, para la circulación de sus remesas, utilizaba todas las rutas marítimas o fluviales conocidas.[11] El recalcitrante regionalismo tuvo su influjo también, ya que a medida que crecía la riqueza generada por los terratenientes y agroexportadores costeños, más refinados se volvían los métodos para sortear a las aduanas y pagos de impuestos que, por ley, debían remitirse a Quito.

 

Las utilidades obtenidas por Manuel J. Cobos en esta actividad prohibida favorecieron su crecimiento económico, aunque no lo exoneraron de estar sujeto a investigación fiscal, ya que no pertenecía a ese privilegiado núcleo de poder que imponía las reglas del juego en la región litoral. En 1863, una vez cumplidos trámites legales para tener posesión sobre San Cristóbal -lo que obtuvo con relativa facilidad, pues la isla estaba calificada como inútil, árida y estéril- Cobos financió el viaje de doce familias campesinas con el encargo de ir a abrir trochas en busca de agua y preparar terrenos para potenciales potreros y cultivos. Luego, agobiado ante denuncias por sus ilícitos movimientos mercantiles, viajó a refugiarse temporalmente en Cuenca, ciudad natal de su socio, José Monroy.[12]

 

Entre 1864 y 1868, Manuel J. Cobos se mantiene en constante movimiento, esquivando a la justicia e incrementando notablemente sus negocios. Así se arriesga a apoyar a García Moreno en la revuelta política que en 1869 lo llevó a su segundo periodo presidencial. Pese a ello, al año siguiente, mientras ocupa el cargo de Presidente del Consejo Cantonal de Santa Elena, el Estado emite orden de captura en su contra y se ve obligado a desplazarse a Baja California.[13] Allá se dedicará con éxito a la explotación y comercialización de orchilla por los siguientes 7 años.

 

Manuel J. Cobos retorna al Ecuador en 1875, después de la muerte de García Moreno, convertido en próspero y vigoroso empresario, sobreseído de todos los cargos que se le imputaban.[14] Su arribo coincide con un momento único en la historia del Ecuador, cuando el auge de la producción y exportación del cacao, La Pepa de Oro, desataba una bonanza económica inédita en el país. Cobos se instala en Guayaquil, a fin de coordinar y ejecutar con su asociado, José Monroy, todas las estrategias a seguir para hacer realidad sus proyectos en Galápagos. En noviembre de 1878, finiquitados los preliminares y fijados los objetivos de la gran empresa, convienen en que Monroy permanecería en el puerto, controlando asuntos financieros, transporte de suministros e importación de maquinaria pesada, mientras que Cobos viajaría a San Cristóbal, a fin de dirigir la construcción y rumbos de lo que sería la Hacienda e Ingenio Azucarero El Progreso.[15]

 

En aquel preciso tiempo, las haciendas del Ecuador sustentaban la economía nacional. La producción agrícola para el consumo interno se generaba en las provincias de la Sierra norte y central; en cambio, las sureñas se dedicaban a la mano de obra textil y la confección de sombreros de paja toquilla. Las haciendas de la Costa se proyectaban a su máximo crecimiento gracias a la exportación de cacao. A semejanza del siniestro caso del indígena huasipungo en la Sierra, en todo el resto del país era habitual el trato humillante y explotador a obreros, braceros y agricultores, ya que las esferas sociales dominantes eran las que fijaban a voluntad todas las condiciones para el trabajo. Así, en las provincias del Litoral estaba instaurado el concertaje, atroz forma de tributación impuesta por los hacendados para someter y endeudar de por vida y por generaciones a sus trabajadores, los “conciertos”. Tal calificativo provenía del acto de concertar o llegar a un común acuerdo, en el que no había otra opción que la sumisión del criado a los designios del amo para asegurar su estabilidad. La demanda mundial de cacao exigió que miles de personas laborasen entre el desamparo y la esclavitud, sin derecho a contratación ni remuneración veraz, pues jamás se pagaba con dinero en metálico o efectivo.[16]

 

Revisemos qué contribuyó para que se haya construido aquel escenario. A raíz de su separación de la Gran Colombia, el Ecuador inicia su era de república independiente con una política monetaria en caos.[17] La improvisación fue táctica usual para el soporte de su débil economía, herencia de luchas independentistas y divisiones internas. La escasez de circulante, la proliferación de falsificadores, la mala calidad en la acuñación de monedas y ausencia de leyes apropiadas, indujeron a que las monedas que circulaban en territorio ecuatoriano obedezcan a cambiantes designaciones, ya sean pesos, reales, escudos o francos.[18] Ello derivó a que las transacciones comerciales se realicen con dinero extranjero de la más variada procedencia: pesos colombianos resellados con el monograma MdQ (Moneda de Quito), soles peruanos, libras esterlinas, piezas de plata para el pago de las contribuciones indígenas a la Iglesia y de oro para el intercambio entre regiones[19]. Las primeras entidades bancarias privadas aparecen entre 1860 y 1861 en Guayaquil, durante la primera presidencia de García Moreno. En 1862, el mandatario dio su autorización al Banco de Manuel Antonio Luzárraga y el Banco Particular de Descuento y Circulación de Guayaquil, para emitir papel moneda y ponerlo en circulación.[20] La medida causó que se inunde el país de billetes y ocurra una peligrosa escalada de inflación. A ello se sumaría que, en febrero de 1863, fuera interrumpida la acuñación de monedas nacionales, dada su mala calidad, agravando la escasez de circulante en baja denominación para el pago de salarios al proletariado urbano y rural. Esta confusa cadena de intereses y objeciones propició que la clase terrateniente costeña surja y se afirme entre las élites financieras del Ecuador.

 

De esa manera y sin excepción, los hacendados crearon una moneda propia con valor único dentro de sus plantaciones. En estas, además, existían las llamadas Tiendas de Raya, almacenes en donde los esclavos semiasalariados, mejor dicho, los conciertos, obligatoriamente se proveían de lo necesario para su subsistencia.[21] La transacción efectuada con moneda o ficha de hacienda se anotaba en un libro de cuentas donde el administrador colocaba una raya al lado del nombre del peón, indicando el monto que se sumaba a una deuda que había heredado sin esperanza de ser pagada.[22]

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Anverso y reverso de la moneda de hacienda utilizada en los fundos de Lautaro Aspiazu, circa 1915.

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Esta costumbre, rezago de un oprobioso pasado feudal, era habitual desde las haciendas ganaderas de la Patagonia chilena y argentina hasta las cafetaleras o bananeras centroamericanas.[23] En el Ecuador se verificó en las provincias de Guayas y Los Ríos, entre otras, en cada una de las 59 haciendas de Lautaro Aspiazu, que juntas sumaban más de 50 mil hectáreas; en las 58 propiedades de Enrique Seminario y hermanos; las 17 haciendas de Amalio Puga Salazar; en la Hacienda Rosario, de José María Sáenz; las haciendas El Carmelo y Alegría, de Giovanni Parodi; la Hacienda Guayabo, de José Gabriel Peña; o en la plantación de cacao más grande del mundo en aquel tiempo, la Hacienda Tenguel, de José María Caamaño, que tenía una extensión superior a las 40.000 hectáreas.[24] En este contexto, el uso de vales y piezas de cambio utilizados por Manuel J. Cobos en su Hacienda El Progreso, de ninguna manera se trató de un caso aislado. Sería el único procedimiento legitimado en San Cristóbal para cualquier tipo de transacción interna. Tenía el amparo constitucional de un país en ciernes.

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Moneda y vales utilizados en Galápagos por Manuel J. Cobos, circa 1899.

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En 1884, cinco años después de haberse establecido Cobos en Galápagos, apareció el sucre como moneda ecuatoriana con validez en todo el territorio nacional. Sin embargo, en su paulatina consolidación, el sucre no era rival para las monedas extranjeras que campeaban a lo largo y ancho de aquel Ecuador de fines del siglo XIX.[25] En los primeros 20 años posteriores a su aparición, el sucre fue emitido por la banca privada en provincias de riqueza comprobada. Estas entidades financieras particulares eran independientes del incremento e inversión de su capital y capaces de controlar lo propio en su periferia, al punto que la presentación en papel billete del sucre tuvo el más surtido diseño, dependiendo si su impresión era, por citar dos ejemplos, ordenada por el Banco Compañía de Crédito Agrícola e Industrial, en la Costa, o el Banco de Quito, en la Sierra.[26] En síntesis, el sistema financiero del Ecuador no era controlado ni abastecido por el Estado, sino por la banca privada en sectores regionales de acreditado crecimiento económico y así permanecería hasta 1927, año de la fundación del Banco Central del Ecuador.[27] A raíz de la muerte de Cobos, su yerno, Rogerio Alvarado, tomó a cargo las riendas de la Hacienda e Ingenio El Progreso y hasta 1928 mantuvo en San Cristóbal la circulación exclusiva de monedas y fracciones del sucre reselladas con sus iniciales (RA).[28]

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Vale de cambio utilizado en Galápagos por Manuel J. Cobos hasta 1904.

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Moneda de un sucre resellada por Rogerio Alvarado y válida en Galápagos entre 1904 y 1928.

Por otro lado, en 1833 el presidente Flores decretó que las Islas Galápagos sean destino para que infractores de toda laya purguen la pena de destierro. Algo nada extraordinario, pues desde aquellos días varias islas remotas fueron utilizadas como presidios por países a las que pertenecen. Citaremos como modelos cercanos a la isla Gorgona, en Colombia; Isla del Diablo, en la Guayana Francesa; Isla Coiba, en Panamá; Isla Dawson, al sur de Chile; Islas Marías, en México.  Y en el Ecuador, la tristemente célebre Colonia Penal de Isabela, que funcionó hasta 1959.[29] El régimen penitenciario vigente en el Ecuador de antaño, que jamás optaba por la regeneración del infractor sino más bien por su anulación o eliminación sumaria, no haría ninguna concesión especial con Galápagos. En consecuencia, como constaba en el edicto ejecutivo vigente, a partir de 1881 el Estado ecuatoriano impuso a Manuel J. Cobos la obligación de recibir en El Progreso a “enganchados” y malhechores extraídos de las atestadas cárceles de Quito y Guayaquil.[30] Aunque desde 1886 fueran comisionados a San Cristóbal Jefes Territoriales o Inspectores de Policía con su personal de tropa, estos no eran más que figuras decorativas. Aislados del continente, sin infraestructura propia ni recursos económicos, dependían por completo de la hacienda en cuanto a alojamiento, transporte y necesidades básicas. Leonardo Reina, Jefe Territorial entre 1902 y 1904, quien repetidas veces solicitó a sus superiores detener el envío a San Cristóbal de “criminales que debieran guardar su prisión en el Panóptico”, tuvo que resignarse a guardar silencio y evitar tomar represalias ante los terribles excesos que a diario presenciaba en El Progreso. Esta fortuita complicidad la pagaría con su vida.[31]

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Panorámica de la población de El Progreso a principios del siglo XX.

 

Hacia 1903, con el progresivo aumento de confinados, San Cristóbal contaba con una población de casi 400 personas, toda afincada en terrenos del fundo El Progreso, donde había una mujer por cada 9 hombres. La situación creó un clima de degradación moral apto para que el patrón desate aquella avinagrada férula y trato despótico que lo hiciera legendario. Dueño de recio y explosivo carácter, Manuel J. Cobos nunca estuvo dispuesto a tolerar en carne propia el amargo final que tuvieron los dos anteriores intentos colonizadores. Muy fresco debió estar en su memoria el asesinato de José Valdizán, a manos de un grupo de proscritos que se obligó a recibir. Si bien la fuerza laboral en El Progreso se constituyó desde un principio por gente noble, humilde y sencilla, pronto fue una minoría. Con la ineludible presencia de delincuentes y desechos de la sociedad, la tensa cotidianidad puso a prueba a todos por igual. Así llegó el 15 de enero de 1904, día en que se fraguó una confabulación y Manuel J. Cobos fue victimado con saña por sus trabajadores. A la tumba lo acompañó el ya mentado jefe territorial Leonardo Reina.[32]

 

Si bien son cuestionados los métodos que hace más de 100 años Cobos utilizó para cumplir sus objetivos, la magnitud de su obra no deja de ser sorprendente. Una vez descubierta el agua dulce y distribuida en sus terrenos gracias a acequias que se extendían por decenas de kilómetros, los vastos cultivos de café de cepa, caña de azúcar, árboles frutales y pastizales llegaron a ampliarse hasta casi tres mil hectáreas.[33] En esta amplia zona, a 300 metros sobre el nivel del mar y a 9 kilómetros de la playa, una red de caminos cruzaba los cañaverales, cafetos y cultivos, por donde también corrían rieles para un ferrocarril tipo Decauville, halado por bueyes, que optimizaba el movimiento de las cargas de caña durante la zafra. La línea férrea se extendía hasta llegar a orillas de Puerto Chico, actualmente Puerto Baquerizo Moreno, en donde se levantaba un conjunto de casas destinadas a vivienda, control y administración, más un faro y bodega para almacenaje de productos que llegaban o salían para tierra firme. Desde allí, los rieles continuaban sobre un sólido muelle que se extendía 100 metros mar adentro, esencial para el acoderamiento de los barcos que facilitaban el comercio con el continente. Este muelle, construido con madera incorruptible de matasarno, se mantuvo intacto y en servicio hasta los años 70s.[34]

 

El ingenio, que funcionaba sin descanso con moderna maquinaria escocesa, produjo un promedio anual de 500 toneladas de azúcar que fueron transportadas al continente en las dos goletas de Cobos (Josefina Cobos y Manuel J. Cobos), en una época en que el Gobierno ecuatoriano no contaba con ninguna embarcación capaz de arriesgarse con periodicidad a largas travesías oceánicas. Estas embarcaciones fueron las únicas que ininterrumpidamente y por casi cuatro décadas hicieron flamear el tricolor nacional hasta aguas insulares.

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Vista del muelle con la goleta Manuel J. Cobos, circa 1903.

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El ingenio azucarero El Progreso, circa 1903.

 

El descubrimiento de agua dulce proveniente de una fuente subterránea de inmejorable calidad, en la localidad conocida como Cerro Gato, favoreció el sustento de los colonos que se quedaron y los que a futuro llegarían. El tendido acuífero implementado por la hacienda fue mejorado por personal militar estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, a fin de abastecer a la base aeronaval de Baltra. Las antiguas acequias dieron paso a tuberías que desembocaban en un reservorio construido en el centro de Puerto Baquerizo Moreno. Estas instalaciones impulsaron el desarrollo de la comunidad de San Cristóbal, afincada tanto en las áreas rurales como a orillas del mar. El proceso colonizador que Cobos lideró marcaría a los años venideros, pues desde entonces la presencia humana en San Cristóbal y Galápagos nunca más volvió a interrumpirse.

 

La época que le tocó vivir a Manuel J. Cobos fue la misma que la del contradictorio presidente Gabriel García Moreno. Rodeado de rencorosos enemigos, ganados a fuerza de imponer su voluntad por medio de sumarias ejecuciones, la propagación del fanatismo religioso y el terror, dicho gobernante fue asesinado en pleno ejercicio de sus funciones y no por ello su nombre y logros dejan de tener enorme significación para el Ecuador. De allí que Cobos, testigo y protagonista de tal etapa histórica, adicionalmente tuvo por influencia, para moldear su talante y ambiciones, nada menos que al arrollador frenesí financiero que germinó al mediar el siglo XIX en todo el litoral ecuatoriano como resultado del auge cacaotero.

 

El cacao generó un Estado oligárquico en el que descollaba una élite de terratenientes cuyo poder no solo creaba una argolla de lazos familiares que perennizaban clases sociales e intereses comerciales, sino que incluía el control monopólico de la siembra, el dominio de la fuerza de trabajo, la exportación, la banca y la política. De esta simbiótica filiación resultó, por citar el mejor ejemplo, el poderoso Banco Comercial y Agrícola -fundado en 1894-, amo y señor de las arcas estatales, cuya junta directiva estaba conformada por los más selectos representantes del Gran Cacao: los Aspiazu, Seminario, Puga, Caamaño, Morla, Sotomayor y otros.[35] La Revolución Liberal, que daría un golpe de timón decisivo al rumbo de la historia ecuatoriana, triunfaría 16 años después de instalado Cobos en San Cristóbal, en 1895, cuando su hacienda e ingenio azucarero estaban en la cúspide de su rendimiento y productividad. En tales circunstancias, la vida en El Progreso transcurriría completamente ajena a los profundos cambios que el general Eloy Alfaro estableciera en el Ecuador continental.

 

Los luctuosos acontecimientos de aquel enero de 1904 en San Cristóbal, marcaron el comienzo del fin de una era. Sin proponérselo, Manuel J. Cobos contribuyó a terminar la construcción de una realidad social, rezago de un largo feudalismo colonial, que iniciaría su decadencia precisamente a raíz de su muerte. Durante los procesos penales y juicios emprendidos contra los obreros que se rebelaron y fugaron de El Progreso, fueron expuestos conmovedores testimonios que tuvieron amplia cobertura en la prensa nacional. Salieron a la palestra pública no solo la miseria impuesta a los trabajadores en las plantaciones del litoral ecuatoriano sino que, por primera vez, fueron discutidos y cuestionados los abusos patronales, el concertaje, el endeudamiento de los esclavos semiasalariados, la monetización de la fuerza obrera, la debilidad del Estado en la economía nacional e, incluso, la inexistencia de vialidad entre regiones productivas del país.[36]

 

A partir de 1905, vientos de cambio llegarían a Galápagos y al Ecuador. A la Jefatura Territorial en San Cristóbal, fue enviado, con carácter de permanente, un destacamento del Batallón Alhajuela del ejército ecuatoriano. Notables escritores y periodistas, como Nicolás Martínez, José Moisés Espinosa y José A. Bognoly, viajarían a las islas para escribir crónicas cuyo valor ha sido enorme para nuestra historia. La Constitución de 1906, en su Artículo 128, prohibió el trabajo forzoso bajo la forma de concertaje,[37] aunque no se haría efectivo sino hasta 1918. Los trabajadores urbanos, aquellos que en las calles porteñas se encargaban del secado del cacao, su limpieza, embalaje y embarque, exigieron reivindicaciones laborales, plantearon demandas para mejorar las condiciones de su gremio y en 1908 formaron la Sociedad Cosmopolita de Cacahueros “Tomás Briones”.[38] Esta fue una de las primeras agrupaciones destinadas a la defensa de obreros y estibadores netamente asalariados y, como tal, incitadora de la primera huelga que conmocionó al país. Además, fue fundadora de la revista “El Cacahuero”, en 1909, y promotora de la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (FTRE), cabecilla de la protesta popular que terminó en la masacre del 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil.[39]

 

El mundo ha cambiado mucho desde entonces. La explotación irracional de la fauna y los recursos naturales, las profundas diferencias sociales, la ignorancia e insalubridad, el racismo, el atraso malsano de las áreas rurales, la pena de muerte y la esclavitud, desde 1830 hasta bien entrado el siglo XX fueron rasgos considerados como absolutamente normales en el Ecuador. Formaban parte del sistema republicano. El Estado oligárquico, articulado con la banca y la élite agroexportadora, que se arrogaba un poder desmesurado en desmedro de las clases populares, propició que los acontecimientos suscitados en Galápagos durante aquella época no fueran más que un reflejo de esa relación. De allí que Manuel J. Cobos sea un fenómeno histórico incuestionable, a pesar del hálito macabro que cubre su recuerdo.

 

En fin, así como la determinación y enjundia son innatas a nuestra naturaleza esencial, de cada cual dependerá si las limita o reafirma en su existencia. De allí que una excepcional energía creadora sea capaz de hacer realidad a las más grandes ambiciones. Manuel J. Cobos no intentó transformar el pensamiento de su tiempo y su nación; tampoco pretendió sanar las heridas de un pueblo lastimado por siglos de aberrante opresión. Él tan solo fue un engranaje más de una enorme y vieja maquinaria que sustituía causas sociales por privilegios individuales, pero fue su gesta la que apuntaló la colonización definitiva de las Islas Galápagos.

 

 

San Cristóbal, 30 de  junio de 2017

 

 

 

 

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(30-01-2018)

PAZ Y MIÑO CEPEDA, Juan J., “La matanza obrera de 1922”, en El Telégrafo, 24 de octubre de 2011, ver en:
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PÉREZ PIMENTEL, Rodolfo, “Manuel J. Cobos” en  Diccionario Biográfico del Ecuador, ver en:
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SALVADOR AYALA, Gloria María Análisis del sistema de producción y abastecimiento de alimentos en Galápagos, FLACSO,  ecuador, p.38, ver en:
http://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/8576/2/TFLACSO-2015GMSA.pdf (24-01-2018)

 

 


[1] Es un trabajador de la cultura y el arte ecuatorianos. Músico, autor y compositor de reconocida trayectoria. Su vínculo con Galápagos se remonta a 1968 y residió en Puerto Baquerizo Moreno, isla San Cristóbal, entre 1998 y 2021. Desde allí, entre 1999 y 2004, dirigió hacia las islas pobladas un exitoso programa de actividades educativas, histórico arqueológicas y de difusión cultural. Ha colaborado con el diario insular El Colono, donde mantuvo su columna Galápagos en la Historia. Ha publicado los libros La Saga y El Gozo (1998), Fuerza Aérea Ecuatoriana. Historia Ilustrada (1999), Galápagos, Huellas en el Paraíso (2005), Baltra-Base Beta, Galápagos en la Segunda Guerra Mundial (2008 / 2013), Sirenita Lollypot (2018). Ver en: https://www.hugoidrovo.com/literatura/ (24-01-2018)

[2] Alfredo Luna Tobar, Historia política internacional de la Islas Galápagos, Editorial Abya Yala, Quito, 1997, pp.64-65

[3] Alfredo Luna Tobar, op. cit., p.82.

[4] Alfredo Luna Tobar, op. cit., p.66.

[5] Brenda Vanegas León, Leyendas y tradiciones de Galápagos en la cultura y literatura como expresión popular, Casa de la Cultura Ecuatoriana «Benjamín Carrión», Quito, 1998, p.20.

[6] Alfredo Luna Tobar, op. cit., p.7

[7] Gloria María Salvador Ayala, Análisis del sistema de producción y abastecimiento de alimentos en Galápagos, FLACSO,  ecuador, p.38, ver en:

http://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/8576/2/TFLACSO-2015GMSA.pdf (24-01-2018)

[8]  Rodolfo Pérez Pimentel, “Manuel J. Cobos” en  Diccionario Biográfico del Ecuador, ver en:

http://www.diccionariobiograficoecuador.com/tomos/tomo19/c7.htm (24-01-2018)

[9] Octavio Latorre, Manuel J. Cobos, emperador de Galápagos, Fundación Charles Darwin para las Islas Galápagos, Quito, 1991.

[10] Octavio Latorre, op. cit., pp.18-20.

[11] Celestino Andrés Araúz, “Contrabando, corrupción institucional y hegemonía mercantil británica en el istmo de Panamá y sus proyecciones en el pacífico (1700-1848)”, en: Societas, Rev. Soc. Humanist., Vol. 15, N° 2, Panamá, 2013, pp.32-33.

[12] Octavio Latorre, El hombre en las islas encantadas. La historia humana de Galápagos, FUNDACYT, Quito, 1999, pp.145-146

[13] Rodolfo Pérez Pimentel, op. cit..

[14] Octavio Latorre, op. cit.,  pp.150-151.

[15] Octavio Latorre, op.cit., pp.150-152.

[16] Yves Saint-Geours, “La Sierra Centro y Norte (1830-1925)”, en: Historia y región en el Ecuador: 1830-1930, Corporación Editora Nacional. Proyecto FLACSO-CERLAC, 1994,  pp.143-188.

[17] Ibidem.

[18] Efrén Avilés Pino, “Moneda” en Enciclopedia del Ecuador,  ver en :

http://www.enciclopediadelecuador.com/historia-del-ecuador/moneda/ (29-01-2018)

[19] Efrén Avilés Pino, “Moneda” en Enciclopedia del Ecuador,  ver en :

http://www.enciclopediadelecuador.com/historia-del-ecuador/moneda/ (29-01-2018)

[20] Efrén Avilés Pino, op. cit.

[21] Enrique Ayala Mora, Nueva historia del Ecuador ,Volumen 13, Corporación Editora Nacional, Quito, 1995 p.124

[22] Ibidem.

[23] Agustín Cueva, El desarrollo del capitalismo en América Latina: ensayo de interpretación histórica, Siglo XXI, México, 1990, pp.89-90.

[24] Osvaldo Albornoz, “El latifundio costeño”, en: Revista Ciencias Sociales, N° 28,  Primer trimestre 2008, Abya Yala, Quito, 2008, pp.71-73. Ver también: Silvia G. Álvarez, De huancavilcas a comuneros: relaciones interétnicas en la península de Santa Elena, Ecuador,  Editorial Abya Yala, Quito, 2001, p.293.

[25] Banco Central del Ecuador, El sucre, ver en:

https://contenido.bce.fin.ec/documentos/PublicacionesNotas/Notas/Dolarizacion/cono_dolar/elSucre.pdf

(29-01-2018)

[26] Carlos Marchan Romero, Crisis y Cambios de la Economía Ecuatoriana en los Años Veinte, Ediciones del Banco Central del Ecuador,  Quito, 1987, p.114.

[27] Ibid., p.29-30.

[28] Diego Bolaños, El resello de las Islas Galápagos, Quito, 2013, p.6,  ver en :

https://docs.google.com/file/d/0B2s4_STXtZ-gbmJoaFBCZDk4S1E/edit (29-01-2018)

[29] 10 islas convertidas en cárceles durante el Siglo XX, ver en: https://blogdebanderas.com/2014/10/21/10-islas-convertidas-en-carceles-durante-el-siglo-xx/ (30-01-2018). Ver también: Paúl Mena Erazo, “La isla de Galápagos que alguna vez fue cárcel”, BBC Mundo, en :

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/11/131118_ecuador_carcel_galapagos_jrg (30-01-20189

[30]  Octavio Latorre, op. cit, pp.154-155

[31] Ibid., pp.189-192.

[32] Ibidem.

[33] Octavio Latorre, op. cit., pp.168-178.

[34] Octavio Latorre, op. cit., pp.179-180.

[35] Rafael Quintero, El mito del populismo en el Ecuador, FLACSO, Quito, 1980, pp.135-137

[36] Octavio Latorre, op. cit., pp.195-197

[37] Universidad Central del Ecuador, El Ecuador en la época cacaotera: respuestas locales al auge y colapso en el ciclo monoexportador, Editorial Universitaria, 1980, p.77.

[38] José Buenaventura Navas V., Evolución social del obrero en Guayaquil [1849-1920], Imp. Guayaquil, Guayaquil, 1920, p.125.

[39] Juan J. Paz y Miño Cepeda, “La matanza obrera de 1922”, en El Telégrafo, 24 de octubre de 2011, ver en:

http://the.pazymino.com/174-MATANZA_OBRERA_DE_1922.pdf (31-01-2018)